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lunes, 12 de diciembre de 2011

Una blanca Navidad.

Diciembre, vísperas al ansiado veinticinco de diciembre. Una fría estación que cubre cada mañana de blanco la ciudad.
Los preparativos para las fiestas avanzan, los decorados adornan casas, calles, plazas, etc.
En casa, empezamos a sacar los adornos de una vieja caja al fondo del desván. Viejos recuerdos vuelven a la memoria, ya que debido a ciertos problemas familiares, no celebramos la Navidad desde que se fue papá. Este año, mi madre ha decidido celebrarla, mas no ha querido compartir con nosotros el por qué.
Comenzamos a desplegar las capas de las cuales, nuestro querido árbol, se compone. Mamá, se dedica a abrir las cajas en las que se encuentran los adornos para el árbol, mientras mi hermano se encarga de decorar con adornos toda la casa.
Nosotros, como pequeños e ingenuos niños, preparamos todo para que esté perfecto con ansia y alegría.
De repente observo que mamá sale apresurada del salón, dobla la esquina, cruza el pasillo, sube las escaleras de caracol y se dirige con paso firme y decidido a su habitación.
Agudizo el oído y escucho a mamá hablar con alguien por teléfono, pero no logro saber quién es. Por su tono de voz, debe ser alguien cercano, ya que su voz es dulce y calmada. Lo cual por una parte me tranquiliza.
Mientras tanto, en el salón, mi hermano y yo seguimos decorando la casa. El árbol está impecable, el belén en su correspondiente lugar; solo falta la decoración de los cristales, el porche de la casa, y pocas cosas más.
Se acerca la hora de almorzar y mi madre regresa al salón para decirnos que vayamos al baño a lavarnos las manos. Mientras tanto, mi madre se dirige a la cocina a poner la comida a calentar. Yo, como siempre, termino antes y me adelanto. Preparo la mesa, los cubiertos y demás. Mi madre, esboza una sonrisa que me hace alegrar.
Un “Cielo, la comida ya está; cuando quieras ven a la mesa.” Sale de boca de mi madre. Si es que es dulce hasta para llamar a mi hermano para que venga a almorzar, pienso.
Mi hermano es algo más pasivo… Llega a la mesa, comienza a comer y conforme termina, se dirige a su habitación; en la cual permanece toda la tarde.
Mamá suspira y retoma su almuerzo sin estimular palabra alguna. Un silencio rotundo habita en la cocina, mas un pequeño zumbido sale desde la habitación de mi hermano.
Intento romper el hielo pero no encuentro un tema idóneo para hablar, por lo cual sigo en silencio.
Mamá acaba, recoge sus cubiertos y los de mi hermano y regresa a su habitación, en la que permaneció durante horas.
Sigo en la cocina, pensando en qué estará sucediendo, es todo muy extraño…
Total, subo las escaleras y a mano derecha entro en mi dormitorio, me tumbo en la cama y clavo la mirada en el techo.
Las horas pasan y la casa sigue igual de silenciosa. Repentinamente el teléfono de casa suena y unos pasos veloces suenan por el pasillo, mas el teléfono sigue sonando sin respuesta alguna.
Llega la noche, y todo sigue igual. Estoy empezando a preocuparme.
Llega la hora de la cena y el comportamiento del almuerzo se repite, con la única diferencia de que esta vez mamá no llama a mi hermano.
Prefiero no preguntar qué sucede, mas esta vez soy quien acaba antes de cenar y se dirige a su habitación.
Me desvisto y me pongo el pijama. Acto seguido entro en la cama, me arropo y me dispongo a dormir cuando el teléfono vuelve a sonar.
A la mañana siguiente, me levanto algo aturdida, quizás algo mareada. Me tambaleo por unos instantes, mas luego me incorporo algo débil. No sé qué me pasa, no me encuentro muy bien…
Bajo a la cocina y me preparo algo para desayunar. Poca cosa, mi apetito no es que sea muy grande.
Falta un día para Noche Buena y parece que está todo casi listo.
Mamá se dedica a hacer unas cuantas llamadas y hoy parece ser un día diferente al de ayer.
En casa, parece estar todo algo ajetreado. Mamá va de un lado para el otro sin parar, mi hermano sale con constancia de casa y regresa cargado de bolsas y yo permanezco al fondo del pasillo viendo como todo avanza.
Quizá deba hacer algo, pero tampoco sé qué hacer, por lo cual sigo en mi posición.
El transcurso de la tarde sigue y la actividad en casa se ralentiza por momentos. Mamá regresa a la cocina dejando todo desordenado y se dispone a hacer la cena. Mientras tanto, mi hermano hace una llamada telefónica, algo comprometida por lo que me pareció escuchar.
La cena está lista y ambos acudimos a la mesa y mantenemos una conversación general, en la que abarcan y se nombran todo tipo de temas.
Justo después de cenar, nos reunimos en familia en el salón y vemos una película que pareció conmover a mamá.
Estaba cansada, así que tardé poco en irme a la cama.
Cuando al día siguiente me desperté, la casa estaba mucho más decorada, por lo que pude observar, mi madre había estado casi toda la noche sacando cosas del desván para decorar la casa y el porche. Todo estaba perfecto.
Este día sería especial. Como buen comienzo y nada más despertarme, pasó mi madre por el pasillo y justo en la puerta de mi habitación, cuando solo había abierto los ojos, esbozó una linda sonrisa que me dio motivos para levantarme.
Esta vez, ayudé a mi madre con todo. Nos fuimos a su habitación y le ayudé en su elección de vestuario para la esperada noche.
En la mirada de mi madre, noté que estaba algo nerviosa. Tengo la impresión de que será una gran noche.
Mi hermano sigue en su habitación, tiene la música a alto volumen y pondría la mano en el fuego a que no sabe qué ropa llevará esta noche.
Las horas avanzan y mi madre permanece junto al espejo con un vestido que cuelga de una percha, la cual sostiene con la mano y se mira con una postura permanente. Cualquiera podría llegar a la conclusión de que le gusta ese vestido, es algo demasiado obvio para dudarlo.
El tiempo pasa y me percato de que debo ducharme y arreglarme, sino no me dará tiempo.
Antes de irme a la ducha, regreso a mi habitación y abro el armario. Creo que tengo un pequeño problema. Llevo delante de éste diez minutos y aún no sé qué me voy a poner.
Pongo las rodillas en el suelo y comienzo a sacar toda la ropa algo desesperada. No encuentro nada en los cajones. Miro en las perchas y sigo sin encontrar algo que me convenza. Esta noche debo estar impecable, algo dentro me lo dice.
Justo al fondo del armario, en la última percha y escondido bajo un abrigo de piel, está aquel vestido que me puse hace dos años y cual fue regalo de cumpleaños de papá. Quizás haya sido coincidencia u obra del destino, mas decido ponérmelo.
Me voy a la ducha y me apresuro en terminar. Pasados diez minutos regreso con una toalla que me cubría el cuerpo a mi habitación. Cierro la puerta, hace un poco de frío. Cojo la toalla que se me olvidó llevarme al baño, una pequeña toalla para el pelo, y me alboroto un poco el pelo con ella. Mi pelo está frío y mojado, y al contacto con mi piel me provoca un pequeño escalofrío que recorre cada esquina de mi cuerpo y me hace temblar. Agacho la cabeza y enrollo la toalla en éste de manera que se sujete y se mantenga uniforme.
Me coloco frente al espejo y de forma similar a la de mamá, sujeto la percha con una mano y me imagino cómo me quedaría el vestido colocado y listo para ser visto. Soy clavadita a mamá, todo el mundo me lo dice.
Pasan unos minutos y vuelvo a la realidad. Me hallaba en mi mundo. Una observación que no viene al momento pero que me gustaría añadir es que me evado fácilmente entre mis pensamientos, soy algo diferente a los demás.
Como iba diciendo, volví a la realidad y me acerqué a la pequeña mesita de noche que está justo al lado de mi cama, concretamente en el lado derecho, y miré el reloj. Las ocho menos cinco. Debo darme prisa o no estaré lista a tiempo.
Salgo de mi habitación, me dirijo al baño, me quito la toalla que me sujetaba el pelo y me sitúo frente al espejo, donde allí peino mi pelo hasta dejarlo completamente sin enredos.
Regreso a mi habitación y en la puerta me paro unos instantes, miro hacia las escaleras y me pregunto si mamá estará lista. Decido bajar a ver como va todo por allí.
Mamá está en la cocina, todavía no está lista. Está preparando los últimos detalles de la cena. Quiere que todo esté perfecto.
Subo de nuevo las escaleras y me dirijo al cuarto de mi hermano. Como era de esperar, sigue igual que antes. Le doy un toque de aviso y de inmediato acude al armario algo preocupado. Creo que no sabe ni de qué ropa dispone para esta noche.
Mientras cada uno está con sus cosas, vuelvo a mi habitación y empiezo a arreglarme.
Estoy frente al espejo y aquel vestido; azul oscuro casi negro, tal como el cielo de una noche; se desliza por mi cuerpo acomodándose entre mis curvas.
Acto seguido, y en el mismo instante en el que mi vestido es acomodado en mi cuerpo, suena el teléfono. Mamá sale apresurada de la cocina y consigue cogerlo a tiempo. Por la conversación que mantuvo, puede deducir que era la tía Meli diciendo que llegaría algo tarde ya que recogería al tío Eduard del aeropuerto.
Después de esa inesperada llamada, mamá retoma su trabajo en la cocina, el cual termina con rapidez y sube las escaleras veloz debido a que el tiempo que le queda era escaso.
Yo, como siempre, ando algo atrasada y me apresuro aún más.
Mi madre en eso es completamente diferente, siempre está en todo y es rápida en lo que hace, que por consecuente, en un abrir y cerrar de ojos está preparada y tan hermosa como siempre. La admiro muchísimo, a pesar de que está todo el día ocupada, siempre saca un poco de tiempo para nosotros. Es mi modelo a seguir.
Mi hermano, parece estar casi listo, mientras que yo estoy a medio vestir.
No sabía qué zapatos ponerme cuando, inesperadamente, mamá asoma por la puerta unos tacones negros. Los coloca junto a la puerta y suelta un: “Con esto y el vestido que te regaló papá estarás perfecta”.
No sé cómo lo hace, pero siempre consigue sacarme una sonrisa.
A todo esto que pegan a la puerta. Son los primos de Málaga, han llegado hace escasas horas específicamente para cenar en casa.
Mamá les da la bienvenida y los acomoda en el salón.
Seguidamente comienzan a llegar el resto de invitados. El salón se empieza a llenar de gente por momentos. Todos felices y contentos hablan y ríen en conjunto.
Todo parece ir como la seda. Esta noche será inolvidable.
Cuando ya estoy preparada, bajo con cuidado las escaleras y al final de éstas, estaba mamá esperándome bajar. Su cara era un libro abierto. Deberían haber visto su cara. Por la sonrisa que esbozó y por su manera de mirar, deduje que le gustó. Mamá siempre dijo que en una mirada se dicen cosas que con palabras no se pueden explicar. Dice que es como un lenguaje que el corazón transmite en silencio.
Me acerco a ella y me da un tierno beso en la mejilla. Acto seguido me dirijo al salón donde saludo a todos los presentes y entablo una conversación con ellos.
Mi hermano bajó algo después. Se sentó con nosotros y se incorporó en la conversación ya empezada.
Al poco rato, mamá regresó con nosotros. Estaba lindísima.
Cuando ya todos estábamos acomodados, el timbre de la puerta suena. Mi hermano y yo nos miramos extrañados. No esperábamos a nadie más. Al contrario de mamá, que va decidida y sonriente hacia la puerta.
Y justo detrás de ella se encontraba papá. Mamá le recibió con un fuerte abrazo y un dulce beso les unía por unos instantes. Qué escena más bonita, pensé.
Una mirada penetrante entre mi hermano y yo hacía el silencio del salón aún más incómodo.
Como agujas de un reloj, con compenetración máxima, avanzamos veloces hacia papá y los cuatros nos unimos en un intenso abrazo.
A papá se le escapó una pequeña lágrima que le resbalaba por la mejilla derecha.
Después de aquel momento de reencuentro, los cuatro nos dirigimos al salón en el cuál todos le recibieron con los brazos abiertos.
Papá había estado de viaje de negocios. Se fue hace dos años a Londres, donde desarrolló una empresa que ahora está en lo más alto. Y ahora ha regresado para quedarse.
Se acerca la hora de cenar y mamá está más feliz que nunca. No la veía así desde hacía bastante tiempo, concretamente desde que papá se marchó.
Mamá sirve orgullosa de su trabajo la cena. Estaba deliciosa. Todos los comensales degustan la comida y montones de comentarios suenan en el salón. Todos llegaban a la conclusión de que mamá es una gran cocinera.
No sabía por qué pero mi presentimiento de que sería una gran noche se había cumplido, es más, será la mejor noche de todas.
Todos acabamos de cenar y me levanté para recoger los cubiertos de todos. Mamá hizo ademán de levantarse, mas con una simple mirada le bastó para saber que lo recogería yo todo; ella había trabajado ya demasiado. Mi madre como respuesta sonrió, lo que me sirvió como un “gracias”.
Cuando todo estaba ya limpio y recogido; la tía Meli, como no, empezó a cantar villancicos. He de decir que canta genial. A lo cual se sumó el tío Alfred que es todo lo contrario…
Así transcurría la noche. Y con el paso de las horas, la casa se fue desalojando hasta que solo quedaron los primos de Málaga y nosotros.
Eran ya las cuatro de la mañana y la fiesta seguía en casa.
Subí un momento a mi habitación y me asomé a la ventana, desde la cual veía a niños entretenerse con la nieve usándolo de material moldeable para sus creativos muñecos de nieve.
Regresé al salón y mamá estaba algo cansada, mas seguía con energía y con esa sonrisa tan linda en la cara. Mi hermano regresó a su cuarto hacía horas.
Al cabo de dos horas, cuando ya eran las seis, los primos se marchaban con una cálida despedida.
Regresé a mi habitación para dejar unos momentos asolas a mis padres.
Esa noche me sentí feliz. Estaba convencida de que ninguna otra noche igualaría a la de hoy.
Y con esto, puedo decir que han sido las mejores Navidades de mi vida. Mamá siempre dijo que en Navidad siempre ocurre algo mágico, algo que hace que cada Navidad sea diferente a la anterior. Y así fue. El regreso de papá alegró la casa y los corazones de quienes habitamos en ella.
Justo antes de irme a la cama, me asomé por última vez a la ventana, en la cual miré que en la puerta de la casa de enfrente, había un cartel colocado en la puerta a modo de adorno que decía “Feliz Navidad”.

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